miércoles, 21 de septiembre de 2016

Un byte de adolescencia: la literatura después de la literatura - Por José Luis Serrano



La narrativa cubana vive una crisis tan profunda como el cráter a que se asoma nuestra lírica. La experimentación no rinde frutos verdaderamente transgresores. El regreso a los moldes tradicionales da como resultado construcciones harto previsibles. Los realismos (mágicos, socialistas, sucios) están hace rato en bancarrota. La elucubración fantástica ha perdido buena parte de sus capitales simbólicos. No, no somos un pueblo de narradores. Cuatro o cinco novelas de clase mundial no consiguen articular una tradición literaria. Existiendo espacios ficcionales como el argentino, colombiano, chileno, mexicano ¿qué podemos pedirle a nuestra incipiente industria narrativa? ¿Qué nos pueden ofertar los escribientes que pergeñan sus historias aquí y ahora?

Somos, sin lugar a dudas, un importante reducto cultural dentro de la llamada civilización del espectáculo. La maldita circunstancia del agua por todas partes nos ha preservado de males mayores. En pleno siglo XXI, seguimos siendo una célula que se comunica con el exterior a expensas de intrincados mecanismos de ósmosis y difusión. El escritor cubano padece una desmesurada disyunción con la aldea global. A nuestra literatura le falta ancho de banda. Es un problema que no se resuelve con meros desplazamientos de escenario. El incremento de zonas Wi-fi tampoco parece ser la solución. Aunque, desde el punto de vista tecnológico, empezamos a olisquear algunas golosinas del siglo XXI, nuestros habitus (el término es de Pierre Bourdieu) permanecen anclados en el siglo XX, por no decir que muchas facetas de nuestra rugosa cotidianidad nos lanzan de cabeza a los albores del XIX. Vivimos entre el pozo y el péndulo.

Una escritura que parta de estos presupuestos, que reconozca estas limitaciones y sepa desentrañar en ellas una posibilidad de ruptura, es lo menos que podemos pedir a estas alturas del campeonato. Artefactos narrativos que logren soportar la intensidad y la frecuencia con que circula y se almacena la información en nuestros días. Un byte de adolescencia es uno de esos libros que nos dan esperanza. Claro que no se trata de una obra maestra (tampoco lo pretende), por supuesto que no debemos confundir este inquietante opúsculo de Edel Morales con la luz al final del túnel. El autor sabe muy bien que la cegadora luz siempre estará más adelante. En esta novela se asume un discurso narrativo ambientado en un escenario distinto, moviéndose en los intersticios de un presente duro, caótico, palpitante, a medio camino entre lo virtual y lo real, hasta hacer confluir los signos decisivos del pasado y del futuro. Es este uno de los principales enunciados con que el autor enmarca su relato. La proliferación rizomática de metatextos, además de revelar los mecanismos con que se va fraguando la historia, nos aportan incisivos atisbos sobre la situación de la literatura en un universo pautado por las implacables leyes del mercado: Una época signada por la interrelación, transgresión o mutación de identidades, soportes y géneros.

Uno de los aciertos más plausibles de esta novela es la asunción de un discurso fragmentado, en franca oposición a lo que el autor designa como desesperanza ordenada, lineal, de la historia. En otro momento precisa que su novela se construye en un escenario virtual. Lo cierto es que Historia de Ka es algo más que un libro. Nos encontramos ante un verdadero producto postmoderno que aspira a ser consumido por un público que cabecea su duermevela tecnológica, postescritural.

La postmodernidad, o como quiera que se le llame, existe. La humanidad atraviesa un vertiginoso punto de inflexión. El paradigma científico ha sido reemplazado por el tecnológico. No hay que leerse demasiados libros para darse cuenta. Después de lograr un mapa completo del genoma humano, los científicos se han percatado de algunos errorcitos de cálculo: Al hurgar en nuestro material genético se les hizo evidente que el homo sapiens no procedía del neandertal, sino del cromañón. Se rebuscó un poco más en nuestro ADN y, pum, aunque compartimos un 99 % de información genética con los primates, decididamente los monos no son nuestros parientes del campo. Parece que nos alejamos del tema, pero soslayar evidencias es asumir la dialéctica del avestruz. Olvidar que nos encontramos en medio de la Quinta Glaciación es algo más que una simple omisión. Protagonizamos, sin darnos cuenta, La Era del Hielo V y no sabemos a ciencia cierta quiénes somos ni de dónde venimos. Aspectos que hay que tener muy presentes a la hora de escribir un poema, un cuento, una novela, filmar una película, armar una coreografía, ejecutar un performance, construir cualquier artefacto cultural que quiera comunicar algo a los homúnculos del siglo XXI.

En tiempos donde el zapping y el cut-up han llegado a constituirse en legítimos modos de apropiación de la realidad, es una flagrante estupidez pensar que los lectores no se encuentren en condiciones de reconocerse dentro de las dinámicas propias de un discurso fragmentario. La vida misma es un poliedro astillado. Hablar de fragmentos imantados y signos en rotación es ya un socorrido lugar común. El discurso audiovisual hace mucho se percató de la imperiosa necesidad de generar productos que puedan ser consumidos de una manera interactiva: del final hacia el principio, de atrás hacia delante, del centro hacia los bordes, de modo aleatorio, incompleto, descoyuntado, postmoderno. Es por eso que libros como Manhattan Transfer, Rayuela o Paradiso nos parece tan actuales.

El verdadero problema es que nos vamos quedando sin lectores. Leer ya no es lo que era antes, una aventura. ¿Culpa de quién? De los lectores, seguramente. Pues no, la culpa es de los libros. No se puede seguir pensando en el libro como se pensaba en el XIX o el XX. Parafraseando a Nietzsche: El libro es algo que debe ser superado. Ojo, que no hablamos de la muerte del libro, sino de la elevación de la palabra impresa hacia un estadio superior. La verdad es que el libro ha evolucionado muy poco de Gutenberg hasta la fecha. Hay que lograr que el libro se convierta en un objeto cultural capaz de moverse en una variedad de plataformas. Nosotros mismos, aquí en Holguín, tenemos un autor interesantísimo, Mateo Mordeccai, que ha publicado la antología narrativa de todo un movimiento literario, el umbralismo. Los umbralistas ya tienen una película, El año del meteorito, que cuenta con un videojuego conexo. Uno de los principales gestores del umbralismo, Rafael Ramírez, es el alma de otro espacio de creación orbitado por los umbralistas, la Royal Bakunin Orchestra.   

Por eso nos alegra tanto que el autor de Un byte de adolescencia invite al lector a conectarse a Internet, y buscar en su blog las entradas del relato original. Nos advierte que allí podremos encontrar otras versiones de esta novela, comparar documentos y dejar nuestras opiniones, pero también disfrutar canciones, videos, fotos con distintos perfiles de Ka, tal como se veía en el suceso real. Es una proposición muy inteligente, empañada un poco por lo que acaso sea una broma que no entendimos bien. Al abrir la novela tropezamos con una portadilla donde se nos advierte que estamos ante una Edición definitiva. Revisada, ampliada y fijada por el autor. Luego, en la pág. 184, hay una nota al pie que desautoriza la segunda, tercera y cuarta versiones. Esa férula ortopédica es, a nuestro modo de ver, un obstáculo que lastra la principal virtud del libro: su capacidad interactiva, dialogante, de crucigrama que debe ser completado por sus lectores. Hemos pensado que puede tratarse de una intervención de la editora, el personaje de la editora. (No confundirla con Teresa Melo, que es un alma de Dios). Agradeceríamos que el autor colgara en su blog un aviso que nos suministre un poco de luces al respecto. ¿Por qué razón se obliteran las posibilidades de expansión de una obra que pregona a los cuatro vientos su calidad incuestionable de work in progress?


A pesar de sus ostensibles contradicciones y lo incómoda que pueda resultar su apreciación por un lector hecho a las maneras de relatar convencionales, nadie podrá negar que Un byte de adolescencia es, como lo define su propio autor, un calidoscopio de colores y figuras geométricas que llevan el signo inequívoco de la transición.

Presentación por el #poeta José Luis Serrano de la #novela Un byte de adolescencia, de Edel Morales, en #Gibara, #Holguín, Casa de la Cultura, durante las actividades por los 30 años de las Ediciones Holguín, 17 de septiembre de 2016.

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