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I
“Como ensueño
y certeza entremezclados, van en las redes sociales la Verdad y la Ilusión. Querer
separar una de otra es desconectarlas sin encanto…”
Las teclas se detienen, quedan
enganchadas por un segundo en la luz oblicua del atardecer que llega desde la
ventana abierta. ¿Qué escriben las manos que quedan en suspenso? Algún error
las impulsa por extraños laberintos; debe haberse filtrado sin querer en la
sutil, elegante, sustantiva prosa que hace años lo acompaña.
“… es desconectarlas sin encanto…”
¿De qué encanto habla, de qué enlace? ¿Qué cosa es lo que puede desconectarse?
“Como ensueño y certeza
entremezclados…”
Las manos acaban de mover el
cursor y enseguida cliquean para eliminar el comentario, que desaparece con un
breve encogimiento de la ventana en la pantalla. Son manos tersas, nerviosas, sensitivas, con las mañas
persistentes en los dedos de quienes viven aferrados al teclado.
Tras una breve pausa las manos
vuelven a escribir con esa letra digital, vertiginosa, casi húmeda, que se
desliza en la pantalla con solícita eficiencia:
“La misma veracidad obtienen de su
perfil la mirada más sincera y una elaborada construcción visual; semejante es
la confianza que recrean para el posicionamiento de su imagen en los fragmentos
contenidos de las redes”.
Las teclas van ligeras, con ganas
de cantar y de reír por ese inusitado, recién abierto, mercado de ensueño y de certezas, donde se exhiben y comparten todos los secretos;
pero las manos las detienen pronto, elimina otra vez el comentario, y las
palabras desaparecen, como antes, engullidas por las pulsaciones eléctricas de
la
secuencia
uno cero uno del sistema digital.
¿Qué es lo que ocurre hoy que
nuestro amigo no atina a poner en orden sus ideas? Bueno, habrá que contar dos
sucesos: uno, que ya llegó el verano y solo quienes lo han vivido saben cuán
ardiente y ruidosa puede ser la estación del sol a plomo en esta villa de La
Habana, cuando los huracanes y las lluvias no le salen al paso. No le han
salido aún en el presente año de 2010, y todo huele a tierra abrasada, a música
étnica, a calles sedientas de algo. El otro acaecer, no menos importante para
el solitario que teclea (y de cierto también para muchos amigos en la red) es la ausencia en el
país de un familiar cercano y especial: Su primogénita, en este
caso, la hija de su sangre y
de su sueño.
“Desde entonces las cosas
empezaron a perder sentido”.
Lee otra vez el Autor, entre
juicioso y taciturno, la perturbadora afirmación que resalta en ese texto (enviado por un amigo de su lista
Escritores con bomba) y sonríe a lo que apenas es una figura literaria, mientras las manos juegan con
las teclas y comparten al desgaire, en la transparencia viral de la pantalla, ambiguos
enlaces de notas, de fotos, de videos.
Es verdad que su genio le tira
siempre por las picardías y al linde de la media rueda sigue siendo tan vivo
y tan jovial como hace cinco lustros, allá en las cálidas noches villareñas,
cuando más que a libaciones y condumio daba valor y gozo a la enunciación, veraz o rumorosa,
que con libertad fluía en las tertulias dizque clandestinas de su amigo, el poeta de El camión verde.
Lindas noches aquellas del espacio Monoros(z)a que nunca olvidará, aunque el
Señor le depare largos años de vida. Jornadas que la memoria devuelve veinte años
después provistas de una extraña gracia divina: Concedida a la lucha sin
cuartel de los bardos rebeldes, para resistir, vencer y cantar la emoción de
las batallas ganadas sobre el cieno sucio de los zoológicos municipales, o el
dulce olor de los amores furtivos, encontrados en rondas y juegos de azar,
donde antes hubo una virgen, en la esquina vacía de Libertad y Paseo. Pero en la Capital
estaba su destino, trazado para el deber y el sacrificio, y en los atardeceres
del Centro era también dichoso a su manera; sobre todo ahora que podía enredarse en Internet para
encontrar noticias recientes de su hija.
Y Alfonso Quijano, escribidor,
revistero, público admirador de
Cervantes (cuya
página oficial
acaba
de compartir con sus amigos y redes), sin dejar de sonreír con una sonrisa que es notoria
pero solo para él mismo, rasga un sobre y toca con sus manos el preciado objeto
que se esconde en su interior: el esperado ejemplar de muestra de su novela Un byte de
adolescencia (Que te vuelva a encontrar. Primera temporada), que no hace más de una hora le
entregó con suma discreción el jefe de editores, Juan Rodríguez, envuelto en este
mismo sobre de manila. Obsequio del buen Juan ese ejemplar primero, ya con
aprobación editorial y precio puesto, lo cual no es de extrañar, pues que en el
gremio hay gente muy cumplida y eficaz.
El flamante novelista alza el libro impreso
hasta su rostro de isleño por partida doble: Es un cubano típico, hombre villareño de ascendencia canaria, gente
esforzada que
disfruta adentrarse en la mar inmensa y en los sembradíos de tabaco para
desenterrar botijas con sus manos y encontrar la esencia velada de las cosas.
Escruta los recónditos enigmas, que sabe ocultos en la letra pequeña, y aspira con fruición
casi sensual ese olor grato como pocos que hay en la tinta fresca.
No nueve meses sino nueve años
tomó la gestación de la criatura; nueve años de amor, de lucha, de fatigas, de
revelaciones, de hacer las noches días y los días mosaicos de ensueños y certezas, intercalados en la
densidad matemática del texto; escenas fractales de la belleza humana, a veces avistada, entre tantas tareas
desgastantes que aquí exigen la subsistencia cotidiana y el diario
cumplimiento del deber. En fin, la criatura estaba allí, respirando, puede decirse, bajo su
mano.
Un regocijo paternal le llena el
pecho, le humedece los ojos. Más no conviene abandonarse tampoco a esas blanduras; por el contrario, hoy
más que nunca, al rescoldo de alientos y estímulos, debe darse a la continuidad de la obra, la serie
de novelas de la cual este volumen es solo, como quien dice, un anticipo. Otros
van a seguirlo, Dios mediante, de acuerdo con el plan que se ha trazado, y
apenas recibidas sus primicias, se encuentra ya escribiendo las primeras líneas
de la que será segunda temporada de la anunciada serie: Un verano en Facebook, su próxima ficción.
Solo que, al parecer, esta tarde
no anda muy bien de la cabeza. ¿A quién se le ocurre empezar una novela, que se
supone y es quehacer entretenido, elocuente y ambicioso, con tono tan medido? Ha copiado las palabras de
arranque, las ha pegado en su página de Facebook a ver quién las aprueba o las
comenta. Y claro, hubo enseguida un Me gusta de su vieja amiga la poeta, esa Dulce María
imaginativa y punzante, que ya le contagiara en su casa del Vedado la afición por la
belleza clásica.
“Como ensueño y certeza
entremezclados…” Vaya, por Dios, que esa oración tiene hasta metro; sin duda, está
escribiendo como Ella, le está copiando el ritmo y las palabras, de tan
genuina admiración que siente; y la Doña bien pudo inventarse un Jardín, unos
Juegos de agua o Un verano en Tenerife, pero Él, Al Quijano, bloguer y autor migrante en la era digital, debe ajustar su ritmo y su visión a gradaciones más
virtuales.
Y, además ¿a qué viene el
circunloquio? ¿Dónde cabe pregonar que la verdad de los hechos se confunde con la ilusión visual que la
recrea? Si justamente es misión del poeta encontrar una mirada distinta, un modo raro de sentir la
realidad. Saja su entraña sin
desmayo el creador hasta hallar la aguja extraviada en el pajar del
mundo y recose con
ella
sus
vísceras sangrantes. Empeño
harto difícil en su caso, no se le oculta claro está, pero también ineludible
una vez que se roza el teclado con la yema de los dedos.
No va a excusar en él lo mismo que
siempre ha reprochado en los demás. Por no andar muy derechos en asuntos de arte y artificios, de
sinceridades y simulaciones, de espacios públicos y libertades para el diálogo, recaían cada vez en sonados
disparates los muy ruidosos polemistas Valle Chang y Sánchez Guerra.
Rigor tan exigente debe empezar
por uno mismo, si es buen humanista y buen fabulador. No era cuestión de parcelar dominios excluyentes:
apocalípticos e integrados, nacionales y extranjeros, nativos o migrantes digitales. Tampoco era un asunto de establecer vanos litigios entre
ficción y realidad. Los nuevos
escenarios y herramientas
eran eso:
nuevos escenarios dotados de
herramientas
nuevas,
capaces
también de validar formas, modelar sujetos, legitimar otros espacios de
enunciación. Sucedía siempre: en la vida, en el arte, en los sueños, y en las
redes más sofisticadas.
Así que elimina sin
vacilar el
comentario recién publicado y vuelve a desafiar la nitidez de la página en
blanco.
"Prosigue
Que te vuelva a encontrar, y me prometo que
en esta segunda temporada, Un verano en Facebook,
el
Lector gemelo hallará la intensidad de sentimientos y emociones que ya disfrutó antes en Un byte de adolescencia, amenizada ahora con algo más de acción y un juego de
intelectos más complejo."
A través de
la ventana abierta observa los canteros de rosas, jazmines y vicarias blancas
que se alinean por el patio y en derredor de la hermosa fuente central. Imagina
el esplendor de esa fuente varias décadas atrás, la noche en que la maestra
chilena Gabriela Mistral, ya ungida para entonces con el Premio Nobel de
Literatura, se sentara allí a conversar con los habaneros. El agua, durante
varios meses retenida, se desborda ahora en una catarata de espuma y de
humedad.
Alfonso
Quijano se distrae observando a unas muchachas que a esa hora se marchan del
brazo por las aceras arboladas,
mirándose a los ojos. No le molesta (im)pulsar en las anillas de su entorno la presencia de las jóvenes enamoradas,
como acontece de ordinario a otros machos caribeños. Se siente exitado,
creativo y feliz; piensa tal vez en dedicarles un poema procaz y vigoroso, al
estilo de Javier, Aymara o Marcelo.
Pero no es
hora de pensar en versos: su novela lo reclama, sabe que un día lo hará dichoso
entre los suyos y a ella vuelve,
conectado en el chat de la red social a la voz de la exótica Editora,
tardo por vez primera el gesto, almendrados y café sus ojos soñadores.
"No he
narrado hasta aquí ninguna anécdota o escena que no pueda asociar con el suceso
real. Tampoco lo haré en las páginas siguientes. En esencia toda la novela fue esbozada
antes en el blog y fue vivida previamente por el autor o por algún otro
personaje. Su trama puede ser rastreada y referida en las notas, cartas, fotos,
poemas, canciones, diálogos,
discursos, traillers, post,
telenovelas, comentarios y cosas diversas que suelo archivar en mi
memoria". [1]
_ ¡Alfonso,
Alfonso!... Holaaa!... Alfonso, soy yo, Helena.
Está visto que todo se ha confabulado esta
tarde para no dejarlo laborar en condiciones; ahora es Helena (ya traspasada la
reja y bien situada al interior de las defensas de una Troya que la
acoge admirada de sus
pasos) quien lo llama allá abajo, en el jardín.
Por cierto
que, embebido en la tarea y en ese libro suyo recién salido de las prensas,
olvidó la hora de la cita y a esta hermosa criatura (modelo de eficacia en el hogar y en su
competitivo campo de trabajo), cuyo prestigio se cimenta y crece en los
estudios, en los perfiles enlazados de la red, en los comentarios previos al estreno de
su primera producción independiente, la muy esperada Que te vuelva a encontrar. La película. Ella misma la dirige y
comparte el guión con Páez, el sensible Lector cómplice, a quien desde un
inicio facilitó todo el apoyo necesario, confiada en el oficio de sus manos de
alfarero.[2]
El Autor
guarda los cambios v realizados en el documento en proceso, sale de su página
de Facebook, apaga el ordenador. Luego, ya puesto en pie, saluda a la esbelta
mujer que conversa en el jardín con el recién llegado custodio del turno de la
noche y con la saliente custodio del turno de día, común lector y televidente
promedio de esas (tele)novelas en que abundan los amores, las intrigas y
las emociones, que ella adapta y produce desde hace unos diez años en el Canal.
_ Hola,
Helena, mi querida y poderosa Productora. Por favor, no lo hagas. No hables
tanto de La película justo antes de la premier. Tú
sabes que eso puede ser...
_ ¡Vamos,
Alfonso, vámonos ya! En una noche como esta solo tú puedes estar encerrado en
la Oficina hasta las tantas, desfaciendo entuertos frente a la pantalla fría de
un ordenador. La premier en el Chaplin será en dos horas. Quedé con Páez y con
la sicodélica Ka en vernos en el vestíbulo diez minutos antes, y quiero llegar feliz a ese momento. Ahora mismo nos
vamos a Star Bien por un ceviche, unos camarones al ajillo, una copa de vino
blanco y un flan de leche.
_ Bueno, ya
voy, ya voy. Me Gusta mucho la propuesta. Espérame, por favor, que enseguida
estoy contigo. No te vayas sin mí, mi fabulosa Helena, amore mío.
[1] Los
datos pueden estar dañados o pueden ser trucados, viciados tal vez por la
corrupción, la mentira y la simulación. Concordemos en que no hay nada en este
mundo que no pueda ser cambiado, nada que no se consiga fingir, nada que no se
alcance a simular, nada que no se logre enrarecer, y advirtamos entonces al
Lector de esa posibilidad, también infinita, de la virtualidad y la ficción.
[2] En Un byte de adolescencia, la poderosa Productora, esa misma Helena que
abajo lo procura, y la exótica Editora, trasmutada en un ubicuo cuarto
Personaje que se conecta desde cualquier lugar del mundo y tan(m)bien ayuda a
escribir la novela mientras desarrolla su Tesis y seduce al autor, acuden a
todo tipo de estrategias femeninas y trampas del oficio para a. Páez, el Lector, y al propio Alfonso, el
Autor, quienes a dúo aman a la sicodélica Ka, el Personaje, su alma, y se aman
sin prejuicios entre sí.
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