Como
en las fotos del Mar Atlántico —que Elaine
guarda en su memoria cómplice—, ahora todos miramos al cielo
fijamente.
Con
su guitarra y su silencio, FranK arpegia en las botellas. Quiere llegar, y la vida
vale o no, pero aquí estamos. Tere sueña en su abrazo mi infinita lealtad —tam(n)bién citada— y ofrece (solícita) su lobo estepario, su guardián en
el trigal.
Luego habla(mos) de los príncipes
mendigos, que nunca quisimos
comprender porque la amábamos tanto. La amaba
yo (soñando) en el muro de espaldas
a las preguntas de mi cuerpo:
todos, alguna vez, fuimos su insomnio
verdadero.
Si
todavía Mandy fuese el mejor anfitrión —Monsieur Zaping in Zaping's Club—, descorcharíamos
la Havana
(de)vuelta y el pasitrote de Fernan (perdido) en las minas sería el
más fantástico juego, la mayor felicidad para los golpes de Ale.
Eran
otros años —nosotros demasiado
jóvenes para entender esa historia de gente dispersa en el mundo—; nosotros (demasiado)
jóvenes pero seguros de que el Fillo no mintió, de que a medio paso del dos mil
no se regalan islas.
Como
en los rostros del Mar Atlántico —murales del Zaping's Club jamás borrados por el peso de la bruma— cada uno es
el genio (todos) latiendo en un mismo
corazón, vigías de un tiempo que nos costó la infancia.
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Hermoso texto, Edel.
ResponderEliminarMilho
Gracias, Milho, por esa lectura amable.
Eliminar"Como en las fotos del Mar"...Como en el mar de mis sueños...
ResponderEliminarMe encanta...
Abrazo infinito Edel