El humo siempre irá a
desvanecerse, pero
nosotros giramos cerca
del campanario con
la dicha de mirar un poco más lejos.
Lástima no ser fuerte
ni preciso para abrir de golpe el ojo. Sé que vería el paso de los navegantes dieciocho metros sobre
la antigua realidad. Pero
no tenemos ancho ni lugar, no escogimos las armas.
Ella posa húmeda en los
muros, cuenta que me siguió en la brújula del astro sólo por el vino de
esta noche. Luego
podrá decir que nunca estuvo, pero no es el viento quien alumbra el faro y
pide: Tú
que cruzas el mar enmudecido, encalla en mi desnudez más íntima.
En la penumbra
mantendrá ese tacto en
que exijo y me suicido y únicamente somos la terca ilusión de nadar fieles en un lejano paraje y volver,
con la astucia de los sinceros, a mi casa, a mi perro, a mi día de soñar.
El humo siempre irá a
desvanecerse, pero nosotros giramos cerca del campanario con la dicha de mirar un poco más lejos. Dieciocho
metros no es el borde más terrible ahora que la sirena dicta su canción al náufrago.
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