Para inventar
luego una historia miro en silencio las palmeras.
Noche
transparente y dura, me veo en un sueño desconocido, hijo de los clavos que
cierran (todas) las protestas.
Alzo mi copa
en la noche estrellada y brindo por ese rostro en el cielo. Brindo con música
de Vangelis y el último poema de la eternidad. Brindo como un hombre (solo) en
su infierno.
No hay otra
manera de protestar, otra manera tan pueril de hacer las mismas frases, pero
otras; y el silencio será siempre el mismo, la misma ingravidez en la conciencia del mundo.
Por el templo
de la calle Cristo dejo evidencia en una pared marcada. Me acerco a la mujer
que flota entre esa eternidad y el calor de mis manos, y dejo
evidencia fresca en la tersura (ofrecida) de su cuerpo elástico, en la noche estrellada del Sur, en la antesala de los cielos perdidos.
evidencia fresca en la tersura (ofrecida) de su cuerpo elástico, en la noche estrellada del Sur, en la antesala de los cielos perdidos.
Luego, para
inventar una historia, miro en silencio las palmeras.
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