I
Rubia vestida de azul, de azul y no de negro,
de azul y blanco, de blanco y blanco.
Y no de negro.
Rosa que se eleva en el agua por la luz
del Este,
en la costa juvenil y sola.
Y no en las cambiantes tinieblas.
Y no en el servicio estéril del
ennegrecimiento.
Cuerpo de la transparencia que se abre
en plena superficie, en la arena de la
costa.
Y no en la frustración del sexo.
Y no en la caducidad de los balnearios.
Yo entro al azul como antaño entraba al
espejo.
Yo descubro en el blanco la resonancia del
suelo
en las iniciaciones.
II
Rubia desnuda de azul, de azul y no de
negro,
de azul y blanco, de blanco y blanco.
Y no de negro.
Rosa imposible y cierta en la alegría de
la costa
a la hora del alba.
Y no en la fatuidad sin nombre.
Y no en los salones de la
indiferencia.
Cuerpo de la imagen que sugiere la pureza
en una intensidad irreal, en el silencio
de la costa.
Y no en la sombra pagada.
Y no en el ritual de la serpiente.
Yo entro a esa rosa con los ojos cálidos.
Yo descubro en ella la altivez y el deseo
de los nacimientos.
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