En la puerta del teatro,
cuando ya ha comenzado la función:
¿qué acontecimientos espera?
Más de una hora estuvo así:
la mano abierta, registrando rasgos
aislados
—ese modo de ser, el ambiente extraviado y fácil
de la gente que llega al concierto.
El pequeño libro azul —forrado en tela,
ilustrado con viñetas de un conocido
pintor—
permanece abierto, como la mano que
escribía,
a la espera de algún acontecimiento que
confirme qué.
(...en una ocasión igual, diez años
atrás, habrías luchado un buen sitio en la platea, cerca del escenario, habrías
gritado, saltado, pagado cinco veces el valor de la entrada. más de una noche
la mano mostró hábilmente el reverso del billete, los verbos usados sin estudio
ni meditación, pero admirables, admitidos como parte de un ambiente y un modo
de ser naturales en la fiebre del concierto. escritas al vuelo, dictadas con
velocidad, tus preguntas iban del acontecimiento a la impresión a la idea, sin
ocultar o pretender o fingir nada: como va en los solos de guitarra el arpegio
libre de la primera cuerda hacia la plenitud en una sala abarrotada...)
los signos dibujados,
grabados, marcados en la piel desnuda
—esos raros tatuajes que apenas reconoce—
eran diez años atrás su vida.
El libro —azul, forrado en tela—
permanece abierto, pero la mano ya no
escribe:
estruja el cromo, los hilos de oro, la
tarjeta de invitado
—ni siquiera oculta, ni siquiera finge
un poco de extravío y hermosura.
En la puerta del teatro. Solo.
Cuando ya ha terminado la función:
¿Qué acontecimientos espera,
qué impresión, qué pregunta, qué idea?
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