El brillo único de las
constelaciones rueda a lo largo del canapé, donde el vino y los cigarros arden.
Vuelven y se besan —no
temen perderse— y
ruedan a lo largo del canapé, hasta penetrar los secretos de la noche tropical.
Adentrados en un
pliegue de su tiempo
interrogan el pasado. Donde siempre quiso haber un largo de
felicidad hay este minuto de preguntarse la vida, este temblor en las terrazas,
este hacer algo histórico sobre los
golpes de viento y la cambiante sombra de los muros.
Mañana puede no haber
ningún friso en que asciendas —por
mi impulso prendida al techo, despeinada y sostenida—, mientras caen livianas monedas
en el calor del vino. No importa, nada importa más que este instante dilatado
como el cielo en las baldosas, hermoso como un rostro al paso de los labios.
Con un beso en las
pestañas, abro los
párpados cerrados: la felicidad es un corazón para estar despiertos,
si modelamos la íntima palabra salvada como un grano de su cáscara. La vida
sigue siendo un abanico, un rayo de luna, una levitación palpable en la memoria.
El aire rueda en los
muros y rueda
la felicidad a lo largo del canapé —donde el vino y los cigarros arden—, y dibuja
en los cuerpos desnudos el brillo único de las constelaciones.
Para
Odalis Victoria, un largo de felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario