Cuántas veces ofreciste tu cabeza al vacío.
El mar violeta sobrescribía tus preguntas
en un cielo estático: amargo palimpsesto de la muerte.
Tu cabeza impulsada en el vacío trasmutaba la carne
—jugosa o macilenta de los transeúntes—
en el alma de un pájaro que picotea la superficie dura
de los arrecifes.
En la terraza inclinada, solo,
tu cabeza imaginaba el alma de un pájaro,
una franja de aire entre el silencio y la rutina
—la ventanilla del auto al oscurecer,
el borde negro de los arrecifes, unas aguas que se agotan.
Amargo palimpsesto de la muerte.
Cuántas veces ofreciste tu cabeza al vacío.
Cuántas veces. Y nunca
encontraste una premonición.
Nunca una franja de aire o un alma de pájaro
trasmutada
en el mar violeta que sobrescribía tus preguntas.
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