XII
(Confluencia
en L)
1
Viste el fuego
mandarina de un arte vivaz y exótico.
Seduce el cuello en su
erótico gesto de elegancia alpina.
La voz, de una
alejandrina medida en tonos y esencia,
acoge la transparencia
de la tarde entre mis manos,
mostrándome los
arcanos de su altiva adolescencia.
2
En su piel destila el
jugo agridulce de la fruta.
Cruza la calle,
disfruta en su cadencia ese yugo
con que la observo y
subyugo su ritmo entre las palabras,
sin pujas ni
abracadabras que violenten lo que siente
cuando sonríe,
consciente, de este retrato que labras.
3
No volverás a
encontrarla en la ciudad trasvasada.
No volverá esa mirada
para animar otra charla.
Y tú no irás a
buscarla en cines, bares y tiendas.
Describe, pues, sin las
riendas de tu estilo, más austero,
lo que hablará el
agorero de este instante en las leyendas.
4
Imagina ese futuro en
que resuena su estilo,
el roce leve del hilo
sobre tu pecho en el muro.
Modela
ese cuerpo duro y cuida siempre el secreto,
entre emotivo y
discreto en gusto, gozo y solvencia,
la indistinta
confluencia invoca en este boceto.
5
Siente cómo se
estremece de placer cuando la tocas.
Cómo gira si provocas
la fruición que la humedece.
Vive el modo en que te
ofrece un atardecer sin nombre.
No permitas que te
asombre su gesto de hembra salvaje.
Entra libre en el
follaje para que el deseo lo alfombre.
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