IX
(El
equilibrista)
Homenaje
a Eliseo Diego.
Para
Jesús David Curbelo, en el Éxodo
y
Los parques.
1
La
barba corta en la mano, acompaña.
En
los dedos fluye el tiempo, y esos credos
que
dejas en tu cubano decir. La útil voz de anciano
sostiene
el glorioso acento. Suave el jadeo
en
tu aliento de sagaz conversador.
Eres
profundo hacedor de belleza y de sustento.
2
En
esos extraños pueblos ungidos entre jazmines
blancos,
soñaba arlequines, magos, elfos…
de
otros pueblos apartados de mis pueblos llanos del centro.
Volver
a un cielo que hace crecer su último rayo de luz,
abre
en silencio la cruz de la iglesia, y hace ver.
3
El
dilatado placer de mirar a una muchacha
(ordena
ajíes, remolacha, pollo al jugo, arroz…)
Ser
su amor. Para comprender el deseo de partir lejos,
a
las ciudades de espejos múltiples que los viajeros
narran
sin hastíos ni peros, entre obsequios y festejos.
4
Tú
imaginas la memoria, el esplendor de estas islas,
un
secreto que no aíslas de la prisa. Esa historia,
que
es en otros desmemoria, ahuyenta en tu voz las sombras
de
entre las cosas que nombras y ofreces: pan... luz... justicia…
Fiel,
arrancas la codicia de tu cuello, y la escombras.
5
Nada
tienen, nada quieren los que vuelven a tus calles:
de
los Baños, que en detalles nimios conozco
y
me hieren; la Calzada, que sugieren las cadenciosas hechuras
que
distingo en mis lecturas diarias: vida hecha a servir,
poesía
que vemos fluir en el ser de las culturas.
6
Estarse
atento a la herencia que Dios dejó:
una
norma elevada y humilde en forma y fondo.
Luz
de la esencia. Tu pasión por la vivencia infinita
de
aquel Hombre que a un Monte ascienda;
y
alfombre la tristeza, la sencilla vida del Verbo:
arcilla
que en su obra respira el Nombre.
7
Para
escucharte mejor música del mundo
abro
los ojos de tocarte abro las manos mías
al
amor que en ti respira un clamor ofrendado
en
esa piel lustrosa de espiga y miel hechizada que degusto
con
la claridad y el gusto de un fino trazo a pincel.
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