XVI
(El
Jardín
infinito)
Homenaje
a Dulce María Loynaz.
Para
Mary Cary Díaz y Enrique Carballea,
que
me obsequiaron una tarde la infinitud del Jardín.
1
La música permanece.
En la cálida garganta
donde el silencio
canta, la música permanece.
El colibrí reverdece
la magia del ruiseñor,
en el Jardín decidor,
con un toque de pinceles.
Son los finos
cascabeles que escucho en el corredor.
2
Colgado junto al
pasillo ese cuadro me interroga
y con mis manos dialoga
lo que exploró tu rodillo.
De azul, rosa, amarillo
pintaste lienzo y marfil.
Selva verde, mar de
añil que reinstalan su mirada:
la calografía donada
muestra el reino del perfil.
3
El hilo de su ternura
cose cualquier desgarrón:
finas redes, de salón,
para situarlo a su altura.
Eleva fiel la estatura
en un juego de impaciencia,
que desata la
elocuencia en su verbo temerario,
y recupera el bestiario
de su ilustre adolescencia.
4
Pone a vibrar las
pasiones en las tardes del Vedado
la vida que ha
borbotado desde el piano en sus mansiones.
En un nido de ciclones
vuela libre el colibrí,
liba en la rosa, y así
la isla salva en todo el mundo.
Conmueve entrar un
segundo en esa flor carmesí.
5
En el aire de la esfera
lo que cuenta es el aroma
de las fiestas del
idioma, sin importar la bandera.
La imagen más duradera
el tiempo al final escoge:
junto a Cervantes
recoge su ramito de laureles.
Regresa a los anaqueles
en que la Historia la acoge.
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