domingo, 21 de agosto de 2016

Un byte de adolescencia - Edel Morales - Novela - Capítulo 2

(Que te vuelva a encontrar. Primera temporada)


2


U
n byte de adolescencia. eso faltaba.
La lengua de Ka le rozó los labios, los dientes, la lengua. se movió en pequeños intervalos por su boca, trazó un círculo más amplio, luego otros, mejor dibujados, más intensos o profundos. Y mordió: Puro conocimiento, pura técnica aplicada, rigurosa, metódica, detalladamente aprendida.
la lengua de Ka
se movió sobre los restos de alcohol
incorporó los noventa decibeles de música
bordeó las mesas del restaurante
subió la escalera circular e inconclusa
avanzó por el pasillo del segundo piso
nombró el pis inclemente con el cinturón abierto
dispersó la frialdad y la blancura del alba
dijo: Día por amanecer
rozó sus labios sus dientes su lengua
y mordió:
Si yo guardara mi antigua vibración
Book Antiqua en doce puntos
nada espiritual
puro conocimiento sicodélicamente apre(he)ndido
y
muy al fondo
el cristal manchado
el sueño de sus ojos grises
Lo tenía:
en la lengua de Ka
que se mueve en círculos en pequeños intervalos por sus dedos por sus manos por sus labios por su boca para producir crear placer sentido palabras que cumplen con gusto su función de significante en la estrategia discursiva de un relato previsto vivido creíble en sus más mínimos detalles y portan un signifi­cado real para Ka la sicodélica la sicalíptica la siempreviva para el Autor vir­tual omnisciente metido de lleno en el suceso y para ese Lector semejante hipotético del papel impreso que en sus conversaciones hará perdurable el relato si accede al fin a su memoria
Lo tenía:
en la lengua de Ka
estaba el impulso necesario para a(r)mar el inicio del relato. La costumbre, adquirida en el contexto, de mostrar su técnica, su conocimiento de los inters­ticios del comportamiento artístico (posmoderna en el juego, posmoderna en el sexo, posmoderna en el texto), hacía que ocultara el sentimiento. Se ocultaba pero lo tenía: Esa magia, ese encanto, esa ternura que ya nadie conserva des­pués de la muerte del sujeto.
Lo tenía. Iba a significar algo. Lo tenía. El temblor natural, inquietante, que vivimos en la adolescencia. Lo tenía. El impulso original y necesario, la memoria sumergida por el tiempo, el inicio del relato. Lo tenía. Se ocultaba, pero lo tenía: Rozó el teclado del ordenador y en la pantalla los caracteres aparecieron húmedos, vertiginosamente precisos.
Lo tenía, sí, pero necesitaba más. Sí, necesitaba Más. MÁS.
La volverás a encontrar no a buscarla. Sostén tus dedos sobre el teclado del ordenador y acaricia las manos de la siempreviva: suavemente ásperas, húmedas, luminosas en tu percepción aguzada por la piel sedosa del cuello. espera el tono, todavía impreciso, de su voz:
Llámame.
Un tono grave, un código de otro municipio, interrumpido en los mur­mullos por una seducción sicodélica, sicalíptica, que mestiza otros timbres: Te he vuelto a encontrar, en las líneas telefónicas y en ese fondo azul, sideral y nostálgico, que me agota los ojos y desplaza el punto de vista, el género del narrador y el tiempo verbal del relato:
— ¿Te volveré...?
—Te volveré a encontrar otra noche.
— ¿Un encuentro casual?
El azar concurrente.
Lo menos casual de nuestras vidas.
Era inevitable —dijo, y no pensó en algo imprevisto: el olor de las almen­dras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
Tecleó en futuro:
—Será inevitable.
— ¿Toda la vida? ¿Hasta el fin?
Escribía un fragmento todavía real en su memoria —algo que apenas ayer había vivido— y, sin embargo, era otra la vida que veía crecer en la pan­talla. Vertiginosos, húmedos, precisos, los caracteres aparecían como estrellas fugaces sobre un cielo azul que no había advertido antes, en el invierno del suceso real.
Una suma de palabras —sentidos y significados ocultos— se des­lizaba desde el remoto origen de los tiempos hacia ese mundo imaginado, descrito, construido por él sobre la pantalla vacía: Un mundo distinto, en el cual encontraba mayor certidumbre de vida:
—El mundo impreciso de un sueño.
Escribía la forma de un mito, pedía un deseo, reconstruía la pobre vida de un modo más intenso: como le hubiese gustado que fuera. El sueño anun­ciaba un arrecife, un jardín de senderos con bancos, una sombra, una intersec­ción de avenidas y semáforos múltiples detenidos por la colisión, un escenario totalmente incierto:
—La próxima vez.
No entonces, no allí, entre la multitud que miraba por la ventana abierta, invadía la habitación, los señalaba, pedía más alcohol, improvisaba un coro de línea, soñaba en bolero:
—No.
Esa  muchacha,  Ka,  merecía plenitud,  no medianías. [1]






[1] Dejemos a nuestros amables personajes arquetípicos solazarse en ese limbo de ensueños y deseos al cual parecen condenados por su estudiada esgrima verbal y por la excesiva cautela que tanto daña cualquier historia de amor, lo mismo en la literatura que en la vida, y mientras llega el momento de narrar su plenitud exploremos otras zonas de mayor elocuencia y significado en la trama de esta novela.



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