(Que te vuelva a encontrar. Primera temporada)
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adolescencia. eso faltaba.
La lengua de Ka le rozó los labios, los dientes, la
lengua. se movió en pequeños
intervalos por su boca, trazó un círculo más amplio, luego otros, mejor
dibujados, más intensos o profundos. Y mordió: Puro conocimiento, pura técnica
aplicada, rigurosa, metódica, detalladamente aprendida.
la lengua de Ka
se movió sobre los restos de alcohol
incorporó los noventa decibeles de música
bordeó las mesas del restaurante
subió la escalera circular e inconclusa
avanzó por el pasillo del segundo piso
nombró el pis inclemente con el cinturón abierto
dispersó la frialdad y la blancura del alba
dijo: Día por amanecer
rozó sus labios sus dientes su lengua
y mordió:
Si yo guardara mi antigua vibración
Book Antiqua en doce puntos
nada espiritual
puro conocimiento sicodélicamente apre(he)ndido
y
muy al fondo
el cristal manchado
el sueño de sus ojos grises
Lo tenía:
en la lengua
de Ka
que se mueve en círculos en pequeños intervalos por
sus dedos por sus manos por sus labios por su boca para producir crear placer
sentido palabras que cumplen con gusto su función de significante en la
estrategia discursiva de un relato previsto vivido creíble en sus más mínimos
detalles y portan un significado real para Ka la sicodélica la sicalíptica la
siempreviva para el Autor virtual omnisciente metido de lleno en el suceso y
para ese Lector semejante hipotético del papel impreso que en sus conversaciones
hará perdurable el relato si accede al fin a su memoria
Lo tenía:
en la lengua
de Ka
estaba el impulso necesario para a(r)mar el inicio
del relato. La costumbre, adquirida en el contexto, de mostrar su técnica, su
conocimiento de los intersticios del comportamiento artístico (posmoderna en
el juego, posmoderna en el sexo, posmoderna en el texto), hacía que ocultara el
sentimiento. Se ocultaba pero lo tenía: Esa magia, ese encanto, esa ternura que
ya nadie conserva después de la muerte del sujeto.
Lo tenía.
Iba a significar algo. Lo tenía. El temblor natural, inquietante, que vivimos
en la adolescencia. Lo tenía. El impulso original y necesario, la memoria
sumergida por el tiempo, el inicio del relato. Lo tenía. Se ocultaba, pero lo
tenía: Rozó el teclado del ordenador y en
la pantalla los caracteres aparecieron húmedos, vertiginosamente precisos.
Lo tenía,
sí, pero necesitaba más. Sí, necesitaba Más. MÁS.
La volverás
a encontrar no a buscarla. Sostén tus dedos sobre el teclado del ordenador y
acaricia las manos de la siempreviva: suavemente ásperas, húmedas, luminosas en
tu percepción aguzada por la piel sedosa del cuello. espera el tono, todavía impreciso, de su voz:
—Llámame.
Un tono
grave, un código de otro municipio, interrumpido en los murmullos por una
seducción sicodélica, sicalíptica, que mestiza otros timbres: Te he vuelto a
encontrar, en las líneas telefónicas y en ese fondo azul, sideral y nostálgico,
que me agota los ojos y desplaza el punto de vista, el género del narrador y el
tiempo verbal del relato:
— ¿Te
volveré...?
—Te volveré
a encontrar otra noche.
— ¿Un
encuentro casual?
—El azar concurrente.
—Lo menos casual de nuestras vidas.
—Era inevitable —dijo, y no pensó en algo
imprevisto: el olor de las almendras
amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
Tecleó en
futuro:
—Será
inevitable.
— ¿Toda la
vida? ¿Hasta el fin?
Escribía un
fragmento todavía real en su memoria —algo que apenas ayer había vivido— y, sin
embargo, era otra la vida que veía crecer en la pantalla. Vertiginosos,
húmedos, precisos, los caracteres aparecían como estrellas fugaces sobre un cielo
azul que no había advertido antes, en el invierno del suceso real.
Una suma de
palabras —sentidos y significados ocultos— se deslizaba desde el remoto origen
de los tiempos hacia ese mundo imaginado, descrito, construido por él sobre la
pantalla vacía: Un mundo distinto, en el cual encontraba mayor certidumbre de
vida:
—El mundo
impreciso de un sueño.
Escribía la
forma de un mito, pedía un deseo, reconstruía la pobre vida de un modo más
intenso: como le hubiese gustado que fuera. El sueño anunciaba un arrecife, un
jardín de senderos con bancos, una sombra, una intersección de avenidas y semáforos
múltiples detenidos por la colisión, un escenario totalmente incierto:
—La próxima
vez.
No entonces,
no allí, entre la multitud que miraba por la ventana abierta, invadía la
habitación, los señalaba, pedía más alcohol, improvisaba un coro de línea,
soñaba en bolero:
—No.
Esa muchacha, Ka, merecía
plenitud, no medianías. [1]
[1]
Dejemos a nuestros amables personajes arquetípicos solazarse en ese limbo de
ensueños y deseos al cual parecen condenados por su estudiada esgrima verbal y por
la excesiva cautela que tanto daña cualquier historia de amor, lo mismo en la
literatura que en la vida, y mientras llega el momento de narrar su plenitud
exploremos otras zonas de mayor elocuencia y significado en la trama de esta
novela.
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