sábado, 3 de septiembre de 2016

Un byte de adolescencia - Capítulo 16 - Novela - Edel Morales

 
(Que te vuelva a encontrar. Primera temporada)
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16


¿
Qué quieres beber?
—Cristal, que conserva amistades.
—Entonces, Cristal. Anotemos con presteza su pedido, y mientras se liba la fermentación de lo divino reescribamos estas páginas. Siéntete en tu casa, viviendo una nueva vida.
Suspicaz frente a la maquinaria, como buen hijo de vecino que es, el Lector observa receloso la pantalla. Sigue, con sospecha bien fundada, la vertiginosa escritura en que ahora se afana el Autor:
—La nevera está en la cocina, a la derecha, sabes. Toma cuanto quieras y tómalo cuando quieras.
Se incorpora sin mucha convicción, puesto que los tiempos no son de abundancia, pero decide ir, reconocer el territorio, y probar suerte. Va hasta la cocina, abre la nevera, en­cuentra unas lasquitas de jamón, prueba una y comenta:
—Fallaste, mi hermano, aquí no hay Cristal…, cerveza clara del país, y todavía caliente, eso es lo que tienes en casa.
El Autor bromea con la falta de fe y el síndrome del subdesarrollo, comprueba la intensidad de la conexión, se relaja en su butaca, piensa en la vero­similitud del relato, en la incredulidad del Lector, en sus límites sicológicos y tecnológicos, en su rigor histórico, y teclea con delectación en la pantalla side­ral, infalible, de su ordenador personal de última generación la palabra mágica, el password a la felicidad, el signo transgresor de su poética.
Allí están, alineadas de seis en seis, palpables, objetivas, hechizadas por el poder de la palabra, que mueve y convence: cuatro hileras de cerveza Cris­tal en sus rutilantes laticas verdes, cervezas frías con marca regis­trada que conservan amistades y ayudan a vivir, libres de y ajenas a, el drástico calentamiento de la atmósfera.
La marca, Cristal, le recuerda al Lector los ojos de Ka, transparentes y grises, casi verdes, incitantes siempre, por eso la ha elegido. Mira, boquiabierto, las veinticuatro laticas desechables, llenitas de cerveza helada, y vuelve a soñar y abre una y bebe con largueza, sin más cuestionamientos.

Piensa, luego existe, en los ojos de Ka en el pelo en la espalda en la lengua en el cuello de Ka en su sexo en el rostro de Ka en su boca en el vientre las piernas los labios abiertos de Ka en los dedos las uñas los dientes de Ka en la voz en la risa en la mente sutil y perversa de Ka en su rico sabor a menta y cerveza Cristal, y la besa la muerde la araña la penetra: un impulso, un byt(e), una cantidad concentrada de mundo adolescente, mundo nuevo y renovado que despierta.
Lee, luego imagina, luego vive, el final de la última noche en la costa cuando la besó a través del cristal             de la copa

desbordada                                 de cerveza:
líquido                            ambarino,
espuma                     labios
lengua                      saladito
en la boca jugosa,
tropical,  exótica,
cóctel de frutas,
sabor de la
cerveza
en los
labios,
creyón
en los
bordes
de la copa rota,
sangrante, labios rojos,
rotundos, rizomáticos
lengua, mano, semen
incontenible y caliente,
plenitud y vacío.

Coge, apasionado como cualquiera, dos cervezas frías, vuelve a la sala-biblioteca caminando raro y piensa si una mancha se quita con algo. Abre, con mucha complacencia, su propia latica verde; entrega la otra, todavía cerrada, al Autor: En su homenaje, y lee en voz alta:
—Mi hermano, tú estás loco o eres Dios, ¿de dónde coño sacaste esto?
Complacido del efecto alucinante que en el Lector común provoca una caja fría de cerveza Cristal, puesta a su leal disposición en la alta madru­gada, el Autor no lo desmiente.
Todo tiene su tiempo y alguna vez llegará a mostrarse: la clonación, el mapeo cerebral y los vuelos intergalácticos, la teoría cuántica y el chip de identificación, La náusea, el Viaje a la semilla, la Cita con el pasado y el libro de los muertos, la física y la química, el éxodo y los números, la comunicación satelital y la Internet de las cosas, la Matrix, el Nuevo Testamento y El pan dormido: Todo tiempo llegará, querido Lector, y con él sus realizaciones más plenas, pero ahora es la hora de la cerveza.
Y bebe feliz el Autor, complacido por la honda satisfacción obrada en el alma de su más querido amigo. El Lector le tiene fe, al fin le tiene fe. Su imagen pública y pri­vada está en los cielos. Es el Creador, en su grande e inmutable plenitud de siempre: om­nisciente, omnipotente, omnipresente, y más o menos prepotente como cual­quier creador que se respete, bebe cerveza Cristal a mares y se lanza entre las rocas, a tocar fondo.
— ¿Sabes qué hace Ka en este momento?
—No, cómo iba a saberlo... Es tarde o temprano, según lo quieras ver. Puede estar conectada al mundo. Puede dibujarse a sí misma desnuda. Puede haber hecho el amor sin sexo o el sexo sin amor. Aunque lo más probable es que a esta hora descanse de un día agitado.
—Algo mucho menos convencional, amigo mío. Ella lee poesía y piensa en mí, y en el tiempo irreductible que T. S. Elliot cantaba en sus Cuartetos.
—¿¡Sí…!?
—Te adelanto un cuadro, un par de secuencias de ese eterno retorno, una imagen del juego infinito que nos toca vivir.
Un día estuvimos los tres en el mismo lugar. Ka nos mirará a los ojos y nos besa a los dos. Los dos la besamos, le mordimos el cuello, le diremos mi amor. Ella espera un milagro, un salto en el guión, un apagón que la salve, un encuentro cercano que no llega. Pero todo estaba en orden y tendrá que deci­dir sus movimientos. Y tú, mi hijo amado, carne de mi carne y espíritu de mi espíritu; tú, mi gemelo Lector, mi enviado en este mundo de tinta y grafito y papel rayado y pequeños impulsos eléctricos, hiciste un gran sacrificio: Para salvarla a ella, para evitar que la apedree el público que espera hipnotizado cada noche frente a las pantallas de televisión un final feliz, para mayor glo­ria y extensión de mi reino, por los siglos de los siglos, amén.
Fuiste a La Cruz con una sonrisa en los labios, sin rogar o mentir, sin es­perar recompensa, sin pasar por tus cosas, sin avisar nada a nadie, pues mul­tiplicas los significados del Libro como se multiplican las cervezas, los panes y los peces. Abrirás la puerta y antes de marcharte tuviste una última tentación: escribir tu propio evangelio. Es lo que aquí harás, haces, hacías: dictar tus palabras y tus sueños para alguien que escribirá alguna vez lo que sería tu vida: El Código Lector.
Tú, el cordero amado de los dioses: autores, editores, impresores, distribuido­res, publi­cistas, agentes literarios. Tú, el único amigo de los pequeños libreros, el crítico Lector ideal de las historias posibles. Tú, humilde oveja extraviada en el mundo de los mercaderes del libro —este mundo fláccido, fétido y falso que terminará por estallar si no lo salvas hoy, si no trasmites fe a sus descarriados rebaños, si no te aprietas el bolsillo y compras un ejemplar, dos ejemplares, tres ejemplares. Tú, mi querido Lector gemelo, mostraste el libro a tus iguales para que difundan por el mundo la palabra y reconozcan la belleza de tu sacrificio, y mi gloria se extendía allende los mares, hasta los templos impíos de mis adversarios; y ellos vinieron a nos, abando­nando sus falsos dioses, y dirán palabras de alabanza en mi homenaje.
Ka y yo velaremos juntos por tu savia inmolada. Cada noche ofrecíamos a la tierra el primer trago de la nueva botella para que su aliento llegue hasta ti, y esos rones vertidos acompañarán tus días de silencio y tu apoteósico regreso mientras lees y relees y vuelves a leer, en esta hora de renunciación, un libro que es tu libro, summa de todas las verdades que buscó tu vida.
Las muchas estrellas y placeres no lograron que olvidemos. El primer trago de ron descenderá cada noche sobre la ciudad travestida, desde el alto balcón latino de la habitación elegida, entre muchas otras ofertas, como lugar de retiro para velar tu muerte: la impensable, apócrifa muerte del Lector. El inmigrante, el sospechoso, el subversivo, el ilegal, el poseedor de las llaves del templo; el Lector abandonado, crucificado, asesinado, desaparecido, invisibilizado por la ignorancia y la clásica soberbia de los mercaderes: Tú, el Siervo, el Servidor, el Maestro, el Lector que vendrá.
Velábamos tu muerte agotados y desnudos y yaciendo juntos estaremos cuando ex­amines la Pospública crítica de la exótica Editora, la Tesis final del Cuarto perso­naje, de quien tanto sospechaste y temiste. Reproducida fue en el relato, co­mentada será en la prensa, citada es por teóricos, críticos, historiadores, pro­fesores de literatura; aplaudida mañana, ayer y hoy en eventos, revistas y tertulias del mundillo del arte, que siempre la calificaron con los cinco pun­tos de la estrella bienamada: Tesis magistral, categoría científica, cambio de paradigma, derecho de publicación, empleo bien remunerado.
Hasta el día de la resurrección, que pronto ha de llegar. Entonces vendrás a mi reino, que es tuyo, y yo estaré contigo, sentado a la izquierda de tu trono. Habremos escrito una historia de amor intensa, limpia, creíble, tal como la quisimos leer, como Ka la soñó, como propuso la Editora, como exige la poderosa Productora, como tú me dictaste: primero en la penumbra, luego bajo esa luces blancas que preceden al amanecer; siempre siempre siempre en el espacio de imaginación y milagro que hace perdurable lo real, lo fantástico y lo probable; nunca, nunca, en la celda oscura y fría de las ma­quinarias del conformismo.
Estaré contigo y Ka estará con los dos, amatoria siempre: en el papel impreso, en la piedra y los papiros, en las pantallas de los dispositivos digitales, en cada lapso y en cada paraje de ese mundo circular e inconcluso que habitabas, en esos nuevos escenarios que más temprano que tarde se abrirán, en esa otra realidad soñada, vivida, escrita que habrás imaginado, habrás construido y habrás ganado con la grandeza de tu sacrificio.

Y que solo a ti te pertenecen.


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