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¿
|
Qué quieres beber?
—Cristal, que conserva amistades.
—Entonces, Cristal. Anotemos con presteza su
pedido, y mientras se liba la fermentación de lo divino reescribamos estas
páginas. Siéntete en tu casa, viviendo una nueva vida.
Suspicaz
frente a la maquinaria, como buen hijo de vecino que es, el Lector observa
receloso la pantalla. Sigue, con sospecha bien fundada, la vertiginosa
escritura en que ahora se afana el Autor:
—La nevera
está en la cocina, a la derecha, sabes. Toma cuanto quieras y tómalo cuando
quieras.
Se incorpora
sin mucha convicción, puesto que los tiempos no son de abundancia, pero decide ir,
reconocer el territorio, y probar suerte. Va hasta la cocina, abre la nevera,
encuentra unas lasquitas de jamón, prueba una y comenta:
—Fallaste,
mi hermano, aquí no hay Cristal…, cerveza clara del país, y todavía caliente,
eso es lo que tienes en casa.
El Autor
bromea con la falta de fe y el síndrome del subdesarrollo, comprueba la
intensidad de la conexión, se relaja en su butaca, piensa en la verosimilitud
del relato, en la incredulidad del Lector, en sus límites sicológicos y tecnológicos,
en su rigor histórico, y teclea con delectación en la pantalla sideral,
infalible, de su ordenador personal de última generación la palabra mágica, el password a la felicidad, el signo
transgresor de su poética.
Allí están,
alineadas de seis en seis, palpables, objetivas, hechizadas por el poder de la
palabra, que mueve y convence: cuatro hileras de cerveza Cristal en sus
rutilantes laticas verdes, cervezas frías con marca registrada que conservan
amistades y ayudan a vivir, libres de y ajenas a, el drástico calentamiento de
la atmósfera.
La marca,
Cristal, le recuerda al Lector los ojos de Ka, transparentes y grises, casi
verdes, incitantes siempre, por eso la ha elegido. Mira, boquiabierto, las
veinticuatro laticas desechables, llenitas de cerveza helada, y vuelve a soñar
y abre una y bebe con largueza, sin más cuestionamientos.
Piensa,
luego existe, en los ojos de Ka en el pelo en la espalda en la lengua en el
cuello de Ka en su sexo en el rostro de Ka en su boca en el vientre las piernas
los labios abiertos de Ka en los dedos las uñas los dientes de Ka en la voz en
la risa en la mente sutil y perversa de Ka en
su rico sabor a menta y cerveza Cristal, y la besa la muerde la araña la
penetra: un impulso, un byt(e), una cantidad concentrada de mundo
adolescente, mundo nuevo y renovado que despierta.
Lee, luego
imagina, luego vive, el final de la última noche en la costa cuando la besó a
través del cristal de la copa
desbordada de
cerveza:
líquido ambarino,
espuma labios
lengua saladito
en la boca jugosa,
tropical, exótica,
cóctel de frutas,
sabor de la
cerveza
en los
labios,
creyón
en los
bordes
de la copa rota,
sangrante, labios rojos,
rotundos, rizomáticos
lengua, mano, semen
incontenible y caliente,
plenitud y vacío.
Coge,
apasionado como cualquiera, dos cervezas frías, vuelve a la sala-biblioteca
caminando raro y piensa si una mancha se quita con algo. Abre, con mucha
complacencia, su propia latica verde; entrega la otra, todavía cerrada, al
Autor: En su homenaje, y lee en voz alta:
—Mi hermano,
tú estás loco o eres Dios, ¿de dónde coño sacaste esto?
Complacido
del efecto alucinante que en el Lector común provoca una caja fría de cerveza
Cristal, puesta a su leal disposición en la alta madrugada, el Autor no lo
desmiente.
Todo tiene
su tiempo y alguna vez llegará a mostrarse: la clonación, el mapeo cerebral y los
vuelos intergalácticos, la teoría cuántica y el chip de identificación, La
náusea, el Viaje a la semilla, la
Cita con el pasado y el libro de
los muertos, la física y la química, el éxodo y los números,
la comunicación satelital y la Internet de las cosas, la Matrix, el Nuevo
Testamento y El pan dormido: Todo tiempo llegará, querido Lector, y con él sus realizaciones
más plenas, pero ahora es la hora de la cerveza.
Y bebe feliz
el Autor, complacido por la honda satisfacción obrada en el alma de su más
querido amigo. El Lector le tiene fe, al fin le tiene fe. Su imagen pública y
privada está en los cielos. Es el Creador, en su grande e inmutable plenitud
de siempre: omnisciente, omnipotente, omnipresente, y más o menos prepotente
como cualquier creador que se
respete, bebe cerveza Cristal a mares y se lanza entre las rocas, a tocar
fondo.
— ¿Sabes qué
hace Ka en este momento?
—No, cómo
iba a saberlo... Es tarde o temprano, según lo quieras ver. Puede estar
conectada al mundo. Puede dibujarse a sí misma desnuda. Puede haber hecho el
amor sin sexo o el sexo sin amor. Aunque lo más probable es que a esta hora
descanse de un día agitado.
—Algo mucho menos
convencional, amigo mío. Ella lee poesía y piensa en mí, y en el tiempo irreductible
que T. S. Elliot cantaba en sus Cuartetos.
—¿¡Sí…!?
—Te adelanto
un cuadro, un par de secuencias de ese eterno retorno,
una imagen del juego infinito que nos toca
vivir.
Un día
estuvimos los tres en el mismo lugar. Ka nos mirará a los ojos y nos besa a los
dos. Los dos la besamos, le mordimos el cuello, le diremos mi amor. Ella espera
un milagro, un salto en el guión, un apagón que la salve, un encuentro cercano
que no llega. Pero todo estaba en orden y tendrá que decidir sus movimientos.
Y tú, mi hijo amado, carne de mi carne y espíritu de mi espíritu; tú, mi gemelo
Lector, mi enviado en este mundo de tinta y grafito y papel rayado y pequeños
impulsos eléctricos, hiciste un gran sacrificio: Para salvarla a ella, para
evitar que la apedree el público que espera hipnotizado cada noche frente a las
pantallas de televisión un final feliz, para mayor gloria y extensión de mi
reino, por los siglos de los siglos, amén.
Fuiste a La
Cruz con una sonrisa en los labios, sin rogar o mentir, sin esperar
recompensa, sin pasar por tus cosas, sin avisar nada a nadie, pues multiplicas
los significados del Libro como se multiplican las cervezas, los panes y los
peces. Abrirás la puerta y antes de marcharte tuviste una última tentación:
escribir tu propio evangelio. Es
lo que aquí harás, haces, hacías: dictar tus palabras y tus sueños para alguien
que escribirá alguna vez lo que sería tu vida: El Código Lector.
Tú, el cordero
amado de los dioses: autores, editores, impresores, distribuidores, publicistas,
agentes literarios. Tú, el único amigo de los pequeños libreros, el crítico
Lector ideal de las historias posibles. Tú, humilde oveja extraviada en el mundo
de los mercaderes del libro —este mundo fláccido, fétido y falso que terminará
por estallar si no lo salvas hoy, si no trasmites fe a sus descarriados rebaños,
si no te aprietas el bolsillo y compras un ejemplar, dos ejemplares, tres
ejemplares. Tú, mi querido Lector gemelo, mostraste el libro a tus iguales para
que difundan por el mundo la palabra y reconozcan la belleza de tu sacrificio, y
mi gloria se extendía allende los mares, hasta los templos impíos de mis
adversarios; y ellos vinieron a nos, abandonando sus falsos dioses, y dirán
palabras de alabanza en mi homenaje.
Ka y yo
velaremos juntos por tu savia inmolada. Cada noche ofrecíamos a la tierra el
primer trago de la nueva botella para que su aliento llegue hasta ti, y esos
rones vertidos acompañarán tus días de silencio y tu apoteósico regreso
mientras lees y relees y vuelves a leer, en esta hora de renunciación, un libro
que es tu libro, summa de todas las verdades que buscó tu vida.
Las muchas
estrellas y placeres no lograron que olvidemos. El primer trago de ron
descenderá cada noche sobre la ciudad travestida, desde el alto balcón latino
de la habitación elegida, entre muchas otras ofertas, como lugar de retiro para
velar tu muerte: la impensable, apócrifa muerte del Lector. El inmigrante, el sospechoso,
el subversivo, el ilegal, el poseedor de las llaves del templo; el Lector abandonado,
crucificado, asesinado, desaparecido, invisibilizado por la ignorancia y la
clásica soberbia de los mercaderes: Tú, el Siervo, el Servidor, el Maestro, el
Lector que vendrá.
Velábamos tu
muerte agotados y desnudos y yaciendo juntos estaremos cuando examines la Pospública crítica de la exótica
Editora, la Tesis final del Cuarto personaje,
de quien tanto sospechaste y temiste. Reproducida fue en el relato, comentada
será en la prensa, citada es por teóricos, críticos, historiadores, profesores
de literatura; aplaudida mañana, ayer y hoy en eventos, revistas y tertulias
del mundillo del arte, que siempre la calificaron con los cinco puntos de la
estrella bienamada: Tesis magistral, categoría científica, cambio de paradigma,
derecho de publicación, empleo bien remunerado.
Hasta el día
de la resurrección, que pronto ha de llegar. Entonces vendrás a mi reino, que
es tuyo, y yo estaré contigo, sentado a la izquierda de tu trono. Habremos
escrito una historia de amor intensa, limpia, creíble, tal como la quisimos
leer, como Ka la soñó, como propuso la Editora, como exige la poderosa
Productora, como tú me dictaste: primero en la penumbra, luego bajo esa luces
blancas que preceden al amanecer; siempre siempre siempre en el espacio de
imaginación y milagro que hace perdurable lo real, lo fantástico y lo probable;
nunca, nunca, en la celda oscura y fría de las maquinarias del conformismo.
Estaré
contigo y Ka estará con los dos, amatoria siempre: en el papel impreso, en la piedra y los papiros, en las
pantallas de los dispositivos digitales, en cada lapso y en cada paraje de ese
mundo circular e inconcluso que habitabas, en
esos nuevos escenarios que más temprano que tarde se abrirán, en esa
otra realidad soñada, vivida, escrita que habrás imaginado, habrás construido y
habrás ganado con la grandeza de tu sacrificio.
Y que solo a
ti te pertenecen.
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