(Que te vuelva a encontrar. Primera temporada)
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S
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iempre supe que le iba a joder la vida, el Cuarto
personaje. Tipa demasiado teórica, demasiado complicada y truculenta. Niña que
llega de otro mundo a montarse un protagónico y arrasar con lo que encuentre.
Personaje criminal, propio de una novela policíaca, thriller bien sazonado donde un Autor más duro pudiera golpearla
como se merece, arrastrarla por el pelo, ponerla a sufrir en las esquinas. Desde que apareció en el patio del hotel con su
cara de manzana recién cortada y le dijo al Autor: No quiero que me hagas
sufrir, por favor, supe que tenía el perfil picado; muy presuntuosa la
chiquita.
Terminaban las conferencias programadas para esa tarde en la Convención
Nacional de Narradores, y la exótica editora salió acompañada de sus colegas
del Jurado. Iba positiva, segura de sí y del efecto que provocaban su cuerpo
juvenil y sus palabras postróvicas, camino al bar refrigerado donde se había instalado el
Protocolo: Mi área de trabajo, mi espacio favorito para la cacería de largo
alcance.
No era aún el Cuarto personaje, no figuraba siquiera en el relato ni en el
proyecto de guión de la telenovela. Era solo una recién llegada con estatus
especial, una muchacha disipada en plan de conquista: Un ángel que recordaré
siempre, aunque la cuelguen. Sonreía tenuemente, toda roja ella, y se prodigaba
en la ambigüedad de sus comentarios y disertaciones.
A mí me ignoró, metódicamente. En aquel momento no le interesaba entrar en
complicidades con el aprendiz de caballero que era yo, el cómplice Lector,
demasiado amigo de Ka. Y aunque dijo: Thanks, cuando
le entregué su pedido no sonrió, no le simpatizaba entonces, no para tanto. Le
interesaba Dios, la forma en que creaba el mundo y cómo hacerse de un
jardincito exclusivo a su lado. Fue directamente hacia el Autor, con la
cerveza en la mano y la manzana a flor de piel, y dijo: Ka no merece ese amor,
en cambio...
Un par de noches después se lo había llevado a la cama. Con premeditación
y alevosía. Lo masturbó a mano limpia, se la mamó con preservativo, se le trepó
arriba antes de que pudiera quitarle el vestido, lo hizo venirse enseguida,
como a un escolar sencillo. Y luego lo bañó con Bavaria de la cabeza a los pies y se lo volvió a
templar.
El Autor narra las cosas de otra manera, embellece la escena en el Gran
Hotel. Ella misma en sus cartas lo presenta todo distinto, bien que lo sé. Ahora,
cuando viene a verme en plan de aliada, es un primor. Toda una sinfonía de sueños. Pero yo también estuve
allí, yo también era parte del juego, yo
la deseaba igual que cualquiera y deseaba más que nadie el triunfo
total del Autor,
mi socio de correrías.
Habíamos trabajado mucho para alcanzar de una vez la consagración de su Historia de Ka. Ya era seguro el premio
en el evento y su presencia en aquellas colecciones de narrativa que tanto se
ven-dían y tan bien se pagaban. Pero ese affaire
sorpresivo y sostenido con la nueva estrella dejó ronchas, dio tema de
conversación en el mundillo, trajo consecuencias no deseables.
En realidad ella le llenó la cabeza de pajaritos: Lo marcó en rojo, desde
que escuchó la lectura del primer párrafo, y lo fue seduciendo oración tras
oración, sin tregua ni cansancio, con paréntesis de complicidad agriamente
elaborados y citas arregladas, dulcemente extraídas de melosas historias medievales.
Unas horas más tarde, cervezas y cigarros mediante, ya lo tenía loco, babeado,
y con un baño en la piscina lo hizo renunciar a sus proyectos, le cambió la
historia y la vida: Lo jodió, lisa y llanamente. Ahora lo tiene tirado en el
piso, casi moribundo, y le sigue dando.
Soy testigo de primera mano: Presencial, como suele decirse y anota con
sorna al margen del guión la poderosa Productora. No es que no se lo merezca,
bastante comemierda ha sido. Cada minuto de este último año se lo ha dedicado,
completo y sin chistar, a ella, la exótica Editora. Lo ha sacrificado todo por
ella, el Cuarto personaje. Hasta su Historia
de Ka, un relato terminado, ya premiado, bien acogido en las tertulias del
barrio y elogiado entre los socios escritores.
Primero cambió el punto de vista, la estructura, las relaciones entre los
personajes; luego fue dejando de escribir: Para no apresurarla, para que ella
tuviera tiempo y pudiera hacer todas sus sugerencias, elaborar sus reflexiones.
Meses enteros sin teclear una palabra, solo para que ella desarrollara su Tesis... Siempre guiándola,
sosteniéndola, preparándola para comprender y juzgar este mundo nuestro,
fortaleciendo su presencia en cada página, explicando: Esta coma y aquel punto,
el significado y el significante, los verbos y las subordinadas, qué sentido
tienen para el Autor.
Cartas van y cartas vienen, llamadas a media madrugada, blues y boleros, chateo interminable para compartir
cervezas a la misma hora en salas distintas. Tiempo que el Autor le quita a su
novela y relaciones que se pierden por falta de dedicación. Amistades que lo
empiezan a mirar con ojeriza. Decenas de niñas suculentas que deja pasar. Cientos
de buenas ofertas, buenos partidos, buenas posibilidades en uno y otro bando:
Por ella, el enemigo, que lo merece todo.
Pues bien, esto también se lo merece. No voy a ser el muchacho generoso que
ella quiere, el servidor ejemplar de la realeza literaria. El tipo que se queda
calladito, expectante, aguantando hasta que todo termine. No siempre. No esta vez,
mientras se pierde la Historia de Ka
y el buenazo del Autor, mi amigo, está jodido por los tantos palos que le da la
vida.
Yo, el Lector, no creo en sutilezas lingüísticas. Lenguaje extraverbal, y mientras más fuerte
mejor. Eso es lo mío, a eso voy, y antes de que esta vida se acabe la voy a
poner a sufrir por las esquinas. Haré que el Autor la cuelgue de un balcón. Con
su Bavaria y su
manzana y su sonrisa de ángel.
Tan seguro como que me llamo Sancho Páez, y en mi presencia o en mi
ausencia nadie lástima al Quijano sin que yo se lo cobre.
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