sábado, 4 de marzo de 2017

El cuerpo de la poesía - Por Ana Cecilia Blum



Siempre he dicho que cada Encuentro, cada Festival, cada Feria me regala nuevos hermanos, estos parientes alados e indisolubles en la estirpe del poema. Hace unos meses en Quito durante la Feria del Libro 2016 conocí a Edel Morales, tuve el privilegio de leer junto a él y escucharlo muy de cerca como me gusta escuchar a la poesía, porque creo que desde las proximidades, ya sea en aliento o en tinta, es posible dejarse poseer totalmente por ella. Así supe que Edel, en ese momento, se convertiría en uno de mis poetas más queridos, con toda su valija de versos que se elevan desde la isla diminuta hasta conquistar la isla más grande, la del orbe del oyente.

He leído estos poemas infinitos de un hablante que dice “Yo, y el que ustedes imaginan fiero, / nos hemos visto antes…” y con estas líneas me atrevo a decir que se explica el cuerpo de la poesía de Edel, esas dos voces que lo habitan y se escapan para habitar la hoja, para habitarnos; dialectos duales que han asimilado la vida propia y la del otro, y han extraído del mundo el jugo áspero o sedoso que ha de inyectarse en la cantata.
Confieso que nunca he podido separar al poeta de su texto, –mea culpa– pero tampoco lo he deseado, ya que de alguna manera misteriosa pero irrefutable somos lo que escribimos y en el texto nos desbocamos aunque intentemos no hacerlo. “¡Oh, voz, no calles, / antes de cruzar los miedos!”, exclama el poeta desde sus desdoblamientos, y sin embargo pese al oficio del grito reconoce la escurridiza cualidad de la palabra porque “nadie sabe si al fin te alcanzaremos, cegadora. / En la densa claridad de los trópicos / lo único cierto es que te seguimos, con fiebre…”, y en este delirio de confabular ventanas en la madrugada entendemos que siendo cazadores de asombros también somos cazados por los mismos.
Cuando uno lee a Edel y aprecia su maestría para decir lo que se ha propuesto, parece que escribir es “como la vida del agua que se escurre entre los dedos”, pero no lo es, no es labor elemental; porque engendrar los versos, pensarlos, arrancarlos del cerebro o del corazón, vomitarlos en despojos o emanarlos en aromas, es función continúa y ardua, que rompe, corta, punza; y sin embargo Morales nos entrega sus poemas terminados, enteros de tal forma que parece ha sido confortable hacerlo, y el resultado es una escritura que manteniendo sus filos y sus laberintos no pierde la franqueza y la significación que necesita llevar a cuestas la buena hechura verbal.
Estamos ante la obra de alguien que sabe mirar con ese entendimiento de que la libertad más grande tal vez sea solo la que nos ofrece la palabra, ya que desde ella se manifiesta la invención pero también la verdad que debe comprenderse y revelarse. Va entonces el vate con sus sabias sentencias, con sus dulces flores, él mismo suave, con todos sus panales y el otro que parece fiero, con todas sus hieles; construido por y construyendo con las voces que elige desde la calle o desde su escritorio. Y nosotros desde acá, por el otro lado del agua te seguimos poeta, hermano nuevo de Cuba, te andamos la voz, te admiramos.
Ana Cecilia Blum (Editora Metaforología Gaceta Literaria)
#EM http://metaforologia.com/edel-morales/  
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