La noche que dije:
Voy a becarme, en la casa se hizo un círculo para estudiar mis manos. Ardían
las bombillas sobre los hombros de mi padre, era junio con luciérnagas, era una
hora incierta y larga de aquellos años de (rápido) crecimiento, que después supimos grises.
Mamá acercó una
cuchilla a mi cometa azul: No tiene costumbre, y esas comidas, para recordar la
inocencia de mis pocos años. Yo ascendí en el aire (enrarecido) de la sala para
confirmar bajito: Voy a becarme, y me fui hacia el Sur, hacia esas tierras de
luz. Mi hermano hablaba de la imposición, pero yo me fugué en la sombra de Tom Sawyer.
Giraba el viento en
los árboles del patio, la leña crepitaba en los fogones, era una hora incierta
y larga de aquella década de iniciaciones, que (después) supimos negra para el alma del país. Yo dije una tercera vez: Voy a becarme, y aunque suponía que el indio Joe
estaba muerto quise llevar conmigo algunas velas. Papá señaló hacia otros días con la punta de su tabaco:
No te rajes, no olvides los cuadros de familia.
Era junio con
luciérnagas, ardían (incandescentes) las bombillas sobre los hombros laboriosos
de mi padre. Yo grité desde la puerta: Voy a becarme, y lancé mi infancia al mundo. La
voz se quebraba un poco al devolver el eco las distancias, pero hicimos una
noche mi equipaje y al amanecer salí con él a cuestas, a luchar en la vida por mis sueños de verdad.
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