Que la tristeza no me impulse
hacia el mar.
Costas de La Habana, abiertas
en los días de invierno de mil
novecientos noventa,
que la tristeza no me obligue a
ser otro.
Gastadas imágenes de antaño:
la piel de manzana de las niñas
en un auto azul
y el ojo irónico de los hijos de
Occidente
con su mirada posmoderna en la
memoria de las islas.
Costas de La Habana, dispuestas
para el viaje
en las noches más frías de enero,
que la tristeza no me lleve a
morir en las playas.
Que la tristeza no me impulse
hacia el mar.
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