Es septiembre, caen las hojas hacia la
podredumbre.
Acerco a mis manos la cabeza de Laritza:
escultura realista, la hierba es verde y
suave
y es la podredumbre, dos que caen hacia
la podredumbre.
En la lentitud de los parques —ironías del espejo,
la luna del otoño asoma entre las ramas—
rasgo el papel y los cielos pálidos,
meridianos de un mundo que nadie hizo
para mi.
Había escrito: Ya nada puede asombrarme.
Pero alguien dicta mis palabras:
Somos terribles —y cae hacia el costado.
El fuego es terrible —y rasga mi vida.
La voz terrible —y dinamita un mundo.
Dice verdades que yo no quería:
Bajo los árboles somos terribles con
miedo.
Acerco a mis manos la cabeza de Laritza:
es la podredumbre, verde y suave
—ironías del espejo, asoma entre las
ramas
la luna del novecientos noventa.
Es un día en la blancura de Minks y yo
quisiera ser feliz,
ver que una hoja desciende con limpieza
hacia los tiempos.
Pero alguien dicta mis palabras:
Es la podredumbre, es septiembre
que lanza las hojas muertas
hacia el fuego entre los árboles.
Y cae una escultura hacia el costado.
Septiembre de 1990.
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