viernes, 10 de diciembre de 2021

EL JARDÍN INFINITO (Homenaje a Dulce María Loynaz).


                                                

1

 

La música permanece. En la cálida garganta

donde tu silencio canta la música permanece.

El colibrí reverdece la magia del ruiseñor,

en el Jardín decidor, con un toque de pinceles.

Son los finos cascabeles que escucho en el corredor.

 

2

 

Colgado junto al pasillo ese cuadro me interroga

y con mis manos dialoga lo que exploró tu rodillo.

De rosado y de amarillo pintaste lienzo y marfil.

Selva verde, mar de añil que reinstalan su mirada:

colagrafía donada para el reino del perfil.

 

3

 

El hilo de su ternura cose cualquier desgarrón:

finas redes, de salón, para situarlo a su altura.

Eleva fiel la estatura en un juego de impaciencia,

que desata la elocuencia en su verbo temerario,

y recupera el bestiario de su ilustre adolescencia.

 

4

 

Pone a vibrar las pasiones en las tardes del Vedado

la vida que ha borbotado desde el piano en sus mansiones.

En un nido de ciclones vuela libre el colibrí,

liba en las rosas y así la isla salva en todo el mundo.

Conmueve entrar un segundo en esa flor carmesí.

 

5

 

En el aire de la esfera lo que vale es el aroma

de las fiestas del idioma, sin importar la bandera.

La imagen más duradera el tiempo al final escoge:

junto a Cervantes recoge su ramito de laureles.

Regresa a los anaqueles en que la Historia la acoge.

 

Para Mary Cary Díaz y Enrique Carballea,

que me obsequiaron una tarde la infinitud del Jardín.

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