XXXI
(El
juego de la memoria)
Para
Roberto Manzano,
que
disfrutó la respuesta.
1
Sí
pueden cantarse
iguales,
si en ello la voz empeñas,
ese manzano
que
enseñas
y
estos
mangos tropicales.
Crecimos
en
los frutales que nuestra
tierra produce.
Para
que el sentido aguce con
pertinencia
mi
orgullo,
gozo del mango su arrullo
como este verso traduce.
2
Es
el jugo quien seduce la boca que un mango chupa.
Desnuda su piel, la grupa de oro amable al sol se luce. Su antiguo
origen conduce de los bailes del Oriente a la Isla de miel bullente
cuya sabana engrandece. Libre en los montes florece y su espejo crea
paciente.
3
La
pasión adolescente trae el mango entre sus carnes,
pero
también los reencarnes de algún signo contundente.
En
sus
ramajes
presiente ser un árbol tan valioso
como
el manzano dichoso que en otras tierras se ufana
de
recibir la mañana entre sus niños, gozoso.
4
Pues
ya es sabido que el mozo probó de niño la fruta,
pero
también la absoluta paz del árbol fue su gozo.
Entre
el sueño y el retozo viajaba a mundos distantes,
las
ramas fueron sextantes,
hoja y flor eran velamen,
la
travesía su examen a una tierra de gigantes.
5
En
los años vacilantes de la vejez mira el hombre
cada
cosa con su nombre como es hoy o lo fue antes.
Sin
afeites ni trasplantes que tuerzan en su oratoria
los
fragmentos de una gloria elevada del subsuelo
por
los hombros del abuelo y en sus manos transitoria.
6
El
juego de la memoria bosqueja imágenes densas,
hechuras
donde condensas fluidos de la intrahistoria.
Esa
fuerza probatoria
de
la condición humana,
que
desde lo oscuro mana con un impulso ancestral,
devela
un ciclo inicial que la claridad desgrana.
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