domingo, 21 de agosto de 2016

Amar, leer, escribir... Un byte de adolescencia – Por Mylene Fernández Pintado



Premiado como proyecto con la beca literaria Razón de ser, en su versión-génesis Que te vuelva a encontrar, publicada por LC en 2009, Un byte de adolescencia, de Edel Morales nos llega ahora desde Oriente, aumentada, corregida e iluminada bajo un nuevo flexo, y como  parte inicial de una saga, o primera temporada de una serie. Historia de amor, que se vuelve literatura, la inspira, la condiciona y la alimenta en un entretejido de verdad y ficción en que el Autor —quien se vuelve Alfonso y Quijote— bebe la misma cerveza de Ka, la sicodélica, sicalíptica, siempreviva, la besa y luego imagina el diálogo que sucederá y/o escribirá para la esquiva e itinerante Ka, persona y personaje. 

Junto a ellos, conviven en la vida de las páginas y en los borradores del ordenador, el resto de los personajes. El Lector, un poco Sancho, un poco Pepe Grillo, cómplice y rival en la conquista de Ka, situado en las márgenes pero cada vez más decisivo. La Editora, un Cuarto personaje dispuesto a armar nuevos triángulos y cambiarlo todo, académica y amante, que lee, critica, hace tesis y se tiempla, literal y metafóricamente, al autor y su obra. Y la Productora, hermosa y poderosa, decidida a hacer de la novela una telenovela que posea los ingredientes hipnóticos con los que la pequeña pantalla, “el mago de la cara de vidrio”, atrae a sus fieles, convencida de que “lo más perdurable en una telenovela es el rating”.

Esta galería de personajes, entra en la novela de Edel, para luego entrar en la novela que escribe el Autor, personaje de Edel.  Son entonces, doblemente personajes, activos y pasivos. Descritos en las pantallas del ordenador, guardados en documentos y escapados de todo esto para vagar por las salas oscuras de cine y las esquinas sombrías de los bares de La Habana, sometiéndose al argumento y violentándolo constantemente. Como si en una obra de teatro, tuviéramos la excitante oportunidad de ver al actor, alternar sus modos entre las bambalinas y el escenario. 

A ratos lírica, a ratos irreverente, colmada de poesía, de citas bíblicas, cervantinas, martianas, menciones a Senel Paz, Beatriz Maggi, Lawrence Durrell, Fernando del Paso o Gumersindo Pacheco, y boleros que pueblan las dos caras de un casete, la novela se auxilia y se enriquece con notas a pie de páginas divertidas y esclarecedoras en las que, como historias paralelas, hallamos desde comentarios irónicos, hasta graves reflexiones sobre el mercado editorial. 

En esta historia de amor y de libros, Edel nos arrastra al delirio soñado y luego, con un punto y aparte que pone los pies en la tierra, nos regresa  a una realidad que a través de tecnologías informáticas, deviene una especie de puerta del Doctor Parnassus. Nos lleva a los escenarios que imagina y luego nos hace cómplices de la frialdad con que traza estrategias argumentales, convirtiéndonos a todos, un poco autores y otro, personajes. Formalmente moderna, modernísima o postmoderna, este amor a ritmo de de bytes, es contado en un español pleno, en estos tiempos de emails. Lirismo y tecnología  que comulgan en páginas sin fisuras. 


Asistimos en su parte final a la agonía de un autor exhausto, moribundo, abatido por la rebelión de los personajes. Y aquí, como en la primera representación de Peter Pan en un teatro londinense a inicios del siglo pasado, en la que él pide a los espectadores que no dejen morir a Thinker Bell, o en el film Un domingo maravilloso de Akira Kurosawa, donde un joven dirige una orquesta imaginaria en un anfiteatro abandonado y su amante se vuelve hacia los espectadores pidiéndoles un aplauso; el lector, exige a los editores, agentes literarios, publicistas, distribuidores, libreros y a los otros lectores, “que no lo olviden, que no dejen morir al autor”. Y como en los cuentos de hadas, hay un beso salvador, un paraíso recobrado, un regreso al tiempo perdido de la adolescencia. El autor obtiene su premio, mucho éxito y amor, y el lector recobra la fe en la historia que se le cuenta.

Un byte de adolescencia, cierra con la propia presentación de la novela y un encuadre audiovisual al lector,  quien nos recuerda que “el primer deber de un libro es dejarse leer”. Y lee, para la cámara, para el resto de los personajes y para nosotros, un poema de Unamuno: Leer, leer. Concluye el texto con un pie de página coral, fiel escudero, hasta las últimas palabras, al espíritu de un argumento sobre el amor y el sudor de la literatura y sobre la literatura y el sudor del amor. Donde la tecnología está siempre a pocos centímetros de las heladas cervezas que combaten y acompañan el calor y la humedad de La Habana que es, sin que se diga, el sexto jinete de esta cabalgata que promete nuevos clics.


Presentación por la #narradora Mylene Fernández Pintado de la #novela Un byte de adolescencia, de Edel Morales, en La #Habana, San Carlos de La Cabaña, Sala Alejo Carpentier, de la XXV Feria Internacional del #Libro, 18 de febrero de 2016.


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