Es arduo aprender a ser uno mismo.
Yo, por ejemplo, en la novela que es lo vivido puedo ser El Personaje, La
Productora, La Editora o el Lector. De hecho lo soy. Con todas o casi todas las facultades intactas. Como
rabiosamente lo eran los protagonistas de Salinger, Cortázar y Lawrence Durrell,
cuyas vidas leímos y vivimos Edel Morales y yo, deslumbrados. Eran tiempos de insobornable
pasión en lo que todo era bello, flotando a ras de nuestras cabezas. Las madrugadas
contemplaban el desfile mientras una luz roja parpadeaba hacia las aguas del
Malecón, desde el Club; “Ubérrimamente”…,
hacia el refugio de los mármoles
negros…
En ese refugio que los temporales
destruían una y otra vez Edel Morales y yo nos preguntábamos: ¿sabe alguien para qué sirve el amor?,
solo para respondernos con las mismas palabras con que lo había hecho Eduardo
Langagne en sus poemas. Porque ser jóvenes nos creaba una burbuja luminosa
alrededor. Y lo éramos: Fidel Gamboa, Fernando Cabreja, Frank, Mandy, Alejandro
Álvarez Bernal y otros… y Edel Morales y yo. Una morna de Cabo Verde y el español imposible de Sami Yaber… Silvio en
la Casa y en el corazón de plata de
Abdoul Karim… El aire aromaba el paseo de la calle G cuando Bladimir Zamora llegaba
a nosotros. No nos importaba entonces el borde de la Isla. Y sí la noche
interminable, donde aprendí y escribí lo que luego sería fe de vida: “La poesía
es el conocimiento de la necesidad”. Ese conocimiento sustenta también esta
novela que condensa la memoria; sin él, sus páginas serían otras.
He compartido mucho de mis años con
Edel Morales… nos ha hermanado eso inexplicable que anida en el corazón, su
almendra destilada, que tal vez no sea más que la fe en el corazón del otro. Que te vuelva a encontrar, ahora en su
versión definitiva: Un byte de
adolescencia, tiene esa premisa en su centro pues siempre es posible, a
pesar de los caminos narrativos que se elijan, escribir sobre el amor sin
cursilerías, con el peso específico de lo que dejan las palabras. Un byte, ese mínimo elemento de memoria
sobre el que se forja y se sostiene toda la memoria posible. Edel encontró su
voz justa para narrar, volver sobre lo narrado y ofrecer la narración
revisitada en sí misma: “Había buscado una historia de amor así por todas las
librerías, la había buscado mucho: En cada rinconcito del mundo real y en cada byte de memoria almacenada: archivos,
bibliotecas, galerías, farmacias, catedrales, night clubs, easy shoppings,
líneas aéreas, parques ecológicos, fortalezas militares, redes de internet.
Pero no la encontró”.
Por ello, la primera atracción que
deja la lectura es el edificio construido con las palabras, o, para decirlo con
las de Mylene Fernández Pintado, esta novela es “formalmente moderna,
modernísima o posmoderna; amor a ritmo de bytes contado en un español pleno, en
estos tiempos de emails. Lirismo y tecnología que
comulgan sin fisuras”. Cierto es, le valen al Autor discursos entretejidos,
notas al pie, poemas, referencias visibles y menos de múltiples autores, anuncios
de vallas públicas y otros mecanismos del lenguaje para dibujar el universo Ka:
la sicodélica, sicalíptica, siempreviva.
Ella mira con sus ojos Ka y mira al Autor, al Lector, a la Productora y a la
Editora, y los/nos absorbe. Pero ello también es consecuencia del amor.
Escribe
Edel, el Autor, y su alter ego Alonso Quijano: “Era una posible misión de la
escritura: hacer estallar los límites, imaginar otros escenarios a los cuales
el mundo de la realidad esté alguna vez obligado a incorporarse: Pensar contra
la realidad, al margen de ella, obligarla a cambiar”.
El proyecto de esta novela obtuvo en
1997 el Premio Razón de Ser de la Fundación Alejo Carpentier, y luego ha sido
publicada en 2009, 2010 y 2012 por Letras Cubanas, la venezolana El Perro y la Rana
y LHF de Washinton. Esta edición que se presenta hoy gracias a la Editorial
Oriente fue revisada y fijada por el Autor en lo que parece su forma
definitiva. De todos modos, eso solamente lo fija la vida que le ofrece el
Lector.
Una última salvedad: como no podía
ser menos quise homenajear a Edel con algo muy querido para mí y le presté a Ka
los ojos de Daniela, gracias a la obra
del joven artista Hailen Kifle que aparece en la cubierta.
Queda al Lector Gemelo, que también
es Autor, como corresponde, hacer avanzar la historia, escribir en una red
social, en las paredes o en el aire. Hacer, en fin, su propia historia.
Presentación por la poeta y editora Teresa Melo de la novela Un byte de adolescencia, de Edel Morales, en la Sala José Soler Puig de la Feria Internacional del Libro, Teatro Heredia, Santiago de Cuba, 22 de Abril de 2016
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