Más
duros que el sol de mediodía, hace tiempo,
jugábamos
con luces por caminos secretos.
Sin
temor regresábamos al Pre
—trasatlántico que
alumbra
el rubor de las muchachas—
y
el tono de una voz, la imagen de los héroes,
el
reflejo de aquella ciudad en lontananza,
nos
hacían por igual ingenuos y felices y distintos.
Allí
corrimos cada uno a su manera.
Seguíamos
en la claridad de los trópicos
el
desplazamiento de los mitos por el cielo azul.
Los
faroleros cantaban la nueva música,
el
vuelo de los pájaros, el sudor de los caballos.
Buscábamos
los bordes de la tierra
y
la suerte de una tarde a la vista del mar.
Fuimos
griegos, no tan altos,
sin
esas narices que el polvo hizo perfectas.
Y
fue sincero el sueño que grabamos
en
la madera fibrosa de las puertas de palma:
Padres, no nos aten
a la pesada
inmovilidad de un mástil.
Mejores que el
hábil Odiseo,
podemos mirar de
frente el espejismo
sin olvidar el
camino a Ítaca.
En "La libertad infinita",
#Editorial #Letras #Cubanas, 2016.
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