En las sucesivas noches de diciembre
la música baja desde los pisos
superiores
hasta mi habitación,
iluminada por una luz muy blanca.
Yo escribo el renunciamiento de los
hombres
y me ofrezco jugo de toronjas;
luego fumo y contemplo allá arriba
las intermitencias del satélite, su
destello
en el primer minuto del nuevo día.
Ajena a la rareza de ese instante,
la mujer de mi eternidad
duerme en la penumbra de otra
habitación.
Yo beso sus manos cada hora
y fumo y ofrezco a mis fieras preguntas
un vaso helado de jugo de toronjas;
luego espero hasta el amanecer
otro destello del satélite,
otro movimiento de luz en los golpes de
baile.
Sucesivas noches de diciembre
en que la música baja desde los pisos
superiores
hasta mi habitación,
y festeja Navidad y festeja Año Nuevo,
mientras escribo el renunciamiento de
los hombres
bajo una luz muy blanca.
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