Ve por el bulevar de Obispo. Olvidado de todo y de todos,
con un libro de René Char en la mano, cumple el rito de la ceniza: incluye tu
incertidumbre en el relato de las proezas de los otros.
Una tarde cualquiera, en la plaza de Armas, empuja una
puerta: el origen dudoso de los mitos, el espacio de fábula que agradecen la
caballería y la flota, esperan de ti una pregunta, un signo de ironía o
plenitud.
Considera cuán legítimo es ese sentimiento, ese vivo
deseo de escapar a la nulidad de los días habituales. Contempla este lugar: un
siglo cubano mostrado al capricho de los restauradores.
Entra a los barrios de La Habana, antigua y marinera:
junto a los puntos de leche las mulatas anuncian su cuerpo con la estética
voceadora del pregón.
Haz que dure ese instante hallado entre el sueño y la
vigilia. No te obligues en demasía. Descansa una tarde y ve hasta la sombra
acogedora de los nuevos toldos. Si ya estás listo. Si todavía eres uno de la
ciudad.
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